Me gustaría añadir
algo al entrañable recuerdo que el jueves 22 dedica el “Buenos Días” de
Florilán a la memoria de un querido amigo, como fue para mí, a partir de los
40, Salvador Lecuona. Eran duros aquellos años posteriores a nuestra contienda,
años agravados con el fin de
Pero la penuria era
muy alta, y el uso de alpargatas era casi total, sobre todo en los soldados del
ejército. En el tenis jugado en pista de cemento o de tierra, el desgaste de
las suelas es tremendo, y la calidad de las entonces disponible era ínfima, con
lo que no duraba nada el calzado empleado. El uso de alpargatas o sandalias se
hizo general, ya no se podían comprar los tenis en el suministrador habitual
que eran los Almacenes Bata de la calle del Castillo, que cesaron de recibir
mercancía desde nuestra guerra y hubo que buscar sucedáneos. El caso de
Salvador era más grave aún, ya que el tamaño de su pié hacía que no pudiese
acudir al mercado habitual y tenía el hombre que hacerse sus zapatos, no ya las
alpargatas, a medida.
Salvador aprendió a
jugar en el Tennis Club Bethencourt del inolvidable doctor Manuel Bethencourt
del Río, casado con la señora inglesa Missis Dolly Thomas y que vivían en
Enrique Wolfson. El club Bethencourt fue una institución en la introducción del
tenis en Tenerife al mando siempre de D. Manuel, un médico excelente, de amplia
formación cultural. Se reunían en aquel club de tenis jóvenes de muy diversa
nacionalidad, y entre los mayores de esos jóvenes estaban los hermanos Ahlers,
los hermanos Muñoz Reja, los hermanos Baudet, así como cónsules o empleados de
los consulados de países europeos (recuerdo especialmente a los Nore, de
Noruega) y jóvenes de Santa Cruz que bajo la dirección de D. Manuel, aprendían
tan exótico deporte, donde entonces era obligado el vestir de riguroso blanco,
y los hombres jugaban con pantalón largo.
Era un hermoso plantel de jóvenes de ambos
sexos y entre las chicas cabe mencionar a las hermanas Keating, a Nena Cañadas
(que fue campeona de Canarias), a Pili Sobrón, Lolita Gorostiza, las hermanas
orotavenses Fernández Ponte y tantas otras, y entre ellos a Ricardo Keating.
Los hermanos Sobrón, Alan Nelly (el hijo de Dolly Thomas) y Joe Hamilton. Y a
ese grupo se unieron luego Alberto Luque y Salvador Lecuona, que ponía siempre
(el Lecu) especial atención al juego que desarrollaban los mayores, como ávido
es aprender un deporte para el que tenía condiciones especiales como luego se
vio, cuando llegó a ser indiscutible campeón de Canarias. Por aquella época
andaba el hombre ennoviado con Elena Torres, con la que acabó casándose,
siguiendo siempre, además, con sus aficiones de palomas.
Ya en el año 42 se
inauguraron las pistas de tenis del Club Náutico, con lo cual nació una especie
de rivalidad entre conjuntos de jugadores, donde en el Club la voz cantante la
llevaban Ernesto Haffner, maestro de cuantos jóvenes pasaron por aquellas
canchas en contraste con las del Bethencourt, entre jardines, canchas de
tierra, de polvo del ladrillo en un principio, aunque luego pasaron a cemento.
El comienzo de Salvador Lecuona fue, por tanto, en el Bethencourt Tennis Club,
que la urbanización de la exclusiva zona de Las Mimosas y Enrique Wolfson se
llevó un mal día por delante. No creo que Salvador tuviese muchas ocasiones de
jugar en las canchas de Mendez Nuñez, que se clausuraron tan pronto surgieron
las del Náutico y otras que fueron apareciendo en hoteles de toda la isla,
canchas de Mendez Nuñez que terminaron siendo la base para pisos de residencias
militares.
De aquel tiempo era también otro excelente jugador y,
según decían, magnífico compañero de juego en los equipos mixtos, Enriquito
Casariego, el hermano pequeño de los hermanos Casariego y el primero de ellos
que nos dejó en plena juventud en un desgraciado accidente de coche. Enrique,
al que llamábamos “El lapi”, pues era delgado y alto como un lápiz, no solo era
excelente jugador de tenis, sino también nadador, magnífico saltador de
trampolín, consumado bailarín y simpático como ninguno. Salvador Lecuona y
Enrique Casariego, pioneros de un deporte que entonces se reducía en el aspecto
de competición a la rivalidad con Las Palmas a donde se iba a jugar a las
canchas del Hotel Metropole, y a la visita que solían hacer en el verano los
componentes del club de tenis Turó de Barcelona, con lo que abrieron las
puertas para una lucha deportiva con
Han pasado más de 60
años desde entonces. Quizás los recuerdos no sean muy exactos, que el tiempo
nada perdona, pero, en todo caso, me ha emocionado el dedicado a Salvador
Lecuona y ese recuerdo me ha hecho rememorar muchos otros que he tratado de
trasladar a ustedes como reflejo de una época ya ida para siempre.