Si hablamos de Tenis, sobretodo de tenis en
Canarias, tenemos que citar, y con mención de honor, a Salvador Lecuona.
Salvador
Lecuona fue varias veces campeón del Archipiélago y tenía una originalidad:
jugaba con alpargatas de esparto, de las que usaban en aquel tiempo los peones
de albañil. Decía que con ese calzado se afirmaba más el pié en el asfalto o
cemento, y como no tenía complejos, lo hacía ante la extrañeza de todos.
Era una especie de gigantón noble y sincero y
tenía unas manazas que apretaban bien las raqueta, y todavía le sobraban manos.
De pies, tampoco andaba escaso – debía tener un 52 largo- y no sé si les he
contado ya a ustedes aquí la anécdota del limpiabotas gaditano.
Fue a la Península en barco
Salvador y. al llegar a tierra, creyó conveniente que lo atendiera un “limpia”
de los que habían en aquellos cafés que dan al mar. El limpiabotas estaba dándole
a su hijo unos recados para su progenitora y al bajar los ojos y ver los
zapatos de Lecuona, que ya estaban ocupando sitio sobre la caja de trabajo,
asombrado de su tamaño terminó diciéndole a su hijo:
-Ah, mira, y dile también a
tu madre que hoy no voy a comer porque tengo trabajo para todo el día.
Salvador Lecuona era un
hombre nada presuntuoso de sus éxitos deportivos y en su pecho encerraba un
noble corazón. Compartía su afición del tenis con el de las palomas. Era un
gran palomero.
Recuerdo entre otras
destacadas raquetas de aquel tiempo a César casariego, Ernesto Hafner, Kiting,
Luis Durango, etc.; todos los cuales pasaron por las canchas de Méndez Nuñez.