|
Por
|
Fernando
Llombet |
Mi reflexión se
inicia hace casi cuatro años cuando, tratando de pasar alguna bola por encima
de la red de una pista de tenis en el Club Náutico, desde la cancha de al
lado, alguien me dice: “reúnes el
perfil para participar en el torneo que lleva el nombre de mi padre”. Era Jorge
Lecuona. Habíamos coincidido en el ámbito del baloncesto cuando teníamos
algunos años menos, él alguno más que yo, pero nos habíamos distanciado, al
igual que con tantos otros, por esa dinámica diaria que te van marcando las
obligaciones cotidianas. En poco tiempo,
pero con un convencimiento digno del mejor de los comunicadores, me explicó
la filosofía de un torneo del que ahora me siento un privilegiado por formar
parte de él. “Jugamos por Amor al Juego”, me dijo. Y
bastó conocer a Raúl Socorro para personalizar esa filosofía. A partir de
ahí, tres años gratamente obligado a participar en un torneo en el que cada
una de las personas con las que he coincidido, respetan, por encima de
cualquier aspiración competitiva, que también la debe haber, el espíritu de
unirse con alguien para ponerse un pantalón corto y hacer ejercicio físico. Me precio de
estar ligado al mundo del deporte desde hace más de tres décadas y, a lo
largo de mucho de ese tiempo, los escenarios que han amparado mi actividad
han sido Centros Educativos. Por tanto, por obligación y también por
convicción, mis objetivos prioritarios han estado relacionados con fomentar
la formación personal del individuo a través del deporte y no encontrando a
lo largo de estos años demasiados beneficios en forma de éxitos materiales. Creo que al estar
imbuido de este sentimiento me ha resultado más fácil entender lo que Jorge
pretende con nuestro torneo. Con la excusa de jugar al tenis, lo que marca el
desarrollo de este encuentro anual es el hecho de participar. Demostrar que hay
sitio también, dentro del deporte, para aquellos que no ambicionan éxitos,
para aquellos que, dando de sí lo mejor de cada uno, tal y como promovió el
barón de Coubertin, vuelven a su casa después de una caminata por la Avenida
de Anaga o por la playa de Las Teresitas, convencidos de que son deportistas.
¡Vaya que si lo son!. Es una corriente
que, desde la iniciativa de nuestro amigo Jorge, pretende arraigar en todo
aquel que hace una actividad deportiva. Sentirse deportista, sentirse
partícipe de esa filosofía que desde niño, y sin la incoherencia de aspirar a
conseguir mejoras en su rendimiento, debe primar en todo aquel que se pone unos tenis y sale a caminar. Lo vamos a
conseguir, lo estamos consiguiendo, también es deportista quien hace deporte
sólo POR AMOR AL JUEGO. |